Huir hacia delante ( 1 )


Iba caminando feliz con una botella de agavero, hacia la puerta de abordaje número 25 cuando un peloncito simpaticón gritó mi nombre, levante la mano con la botella en ella, él sonrió, entregué el pase de abordar, que como diría Polo Polo: un pase que realmente no era un pase sino un cartón con unos números. Entré al avión, el capitán de cabina resultó ser un amigo del Café Oro que hace 5 años que no veía: nos saludamos. Busqué mi asiento, el F de la fila 11, me quité la mochila, la coloque en el porta equipaje, me senté, el avión inmediatamente empezó a avanzar, el despegue era inminente, mi compañero de la fila 11 se percinó, yo me asomé por la ventana agradeciendo su suplica colectiva y sobre todo el dejar la Ciudad de México abajo: atrás.

El vuelo: cerveza y chapata de jamón york, ensalada de calabacita con queso y un chocolate con cacahuates. El aterrizaje: felicidad, lluvia y mi madre en la sala de espera, que de sala de espera no tiene nada, es decir no es una sala sino las afueras del aeropuerto la Aurora.

El camino a casa: muchas preguntas y pocas respuestas.

En casa: una buena ducha, ropa limpia, perfume, mi hermano con su hija Fabiana esperándome para ir a su casa.

En casa de mi hermano: conocí su más reciente creación: Matilde, la menor de mis sobrinas. Pamela mi cuñada fue vomitada por Matilde: exceso de leche en un bebe de 3 meses. Mi madre se quedó a compartir con sus nietas, mientras nosotros avanzábamos hacia la embajada de México en Guatemala.

El carro de los suegros de mi hermano: el suegro que es mi tocayo habló de la Feria Internacional del Libro de Guatemala y su próxima comida con Carlos Monsivais.

En la embajada de México: lo primero que vi desde la puerta fue la cabellera rizada de mi hermana Ellen y sus enigmáticos ojos, después abrazos besos y muchos vasitos con Amarula, bebida alcohólica y dulce hecha en África, adoc con el tema de la exposición fotográfica de mi padre en la embajada: África Mía. Expo, donde mi padre exhibe aproximadamente 60 fotografías de los cientos de sus viajes al África. Me adentro en el centro cultural y las miradas de mi padre y la mía se cruzan, explotando húmeda felicidad en nuestros ojos entre abrazos y besos mutuos. Inmediatamente me toma del brazo y me presenta al embajador y demás personalidades, entre ellas a la agregada cultural de la embajada, con quien acordamos una reunión más intima para enlazarla con algunos creadores mexicanos para que expongan aqui. El alcohol hizo estragos en nuestros cuerpos pero nos liberó la palabra y relajó los movimientos haciéndonos más espontáneos.

Me encanta Guatemala, una vez alguien me dijo: ¿a qué vas a Guatemala, el primer mundo es mejor? Mi respuesta entonces fue: debo salir del tóxico DF. Y eso hice, estoy en el primer mundo, todos los países por muy tercer mundistas que sean tienen su primer mundo y en el DF, no vivo ni convivo con primer mundistas, cosa que aquí en Guatemala me es inevitable.

Hoy fui a visitar a mi amiga, comadre y confidente a su oficina en el Fondo Nacional para la Paz, ahí mientras ella trabajaba, tomé su computadora para distracción y mi “jefe”, me llamó en el messenger burgués e inmediatamente mi rostro sonrió, el cuerpo se me energizo, mi realidad volvió a mi e inmediatamente cerré el messenger, y vine a casa a beber un buen agavero con mi madre.

Confieso que eso de burgués me encantó, me acarició y me revivió después de tener la proletaria sensación de ser un obrero de las ideas que trabaja en la huevada de la política mexicana, rodeado de algunos personajes ineficientes, ineptos, haraganes, mezquinos, comprados y arribistas.

Hoy hasta aquí: iré a ver a mis amigos primer mundistas del tercer mundo al bar y al café, no tengo muchas monedas así que aceptaré cuantas fiestas de bienvenida se me brinden, así somos los burgueses.

C. Gerardo Hernàndez